viernes, 30 de abril de 2021

Camino a la verdad

 

Las livianas nubes grises difuminaban las pobres sombras por la falta de luz de aquella mañana. Antes del toparse con el aterrador descubrimiento, ignoró el timbre que retumbó entre las paredes de su casa de Malasaña. Él se encontraba en el jardín de su patio interior, dedicándose a sus plantas y a la incorporación de nuevos tesoros a la colección que enriquecía su verde y viva vitrina.

Con su habitual cúpula de soledad y su actitud ausente, acompañada por la mirada de las mil yardas de color negro como pozo de petróleo, manejaba su pequeña pala metálica rompiendo la tierra con una tranquilidad y cariño desesperantes para un posible e inexistente espectador. La prisa siempre fue manta veraniega para él. «Mide siempre dos veces» y «el tiempo es demasiado valioso como para perderlo con prisas» eran la única herencia que le dejó su padre hacía cuatro años y medio. Su breve sabiduría y una Biblia que difundía su palabra entre el polvo del desván.

Una vez perforado el lienzo de la colorida obra, empezó a dar forma al hoyo que sería refugio de las raíces de un helecho. La oscura y húmeda tierra se colaba entre sus uñas descuidadas, yemas de cuyos dedos apretaban la curva pared del socavón.

Un breve desprendimiento le obligó a retirar del fondo del agujero el sobrante, por lo que hundió sus manos sintiendo el cosquilleo agradable de la naturaleza. Sin embargo, algo turbaba su apacible entretenimiento. El placer del tacto del barro en sus manos fue interrumpido por tres elementos esféricos. No eran guijarros, tenían menos consistencia que las piedras. Desenterró aquel trío viscoso con cierta curiosidad. Sopló sutilmente para hacer volar la suciedad que los cubría. Y, sobresaltado, los dejó caer al césped y se echó hacia atrás con la respiración alterada debido al asombro.

El corazón agitaba el pecho. El aire le entraba a mares por la boca pero no llegaba a satisfacer la sed de los pulmones. Sobre el bien cuidado tapete de hierba, inertes, tres ojos. Tres ojos azules los cuales parecía que lo observaban con dolor, el sufrimiento del que padece sin lograr comprender el motivo de esa bestialidad desproporcionada.

Sintiendo el golpear de su pulso con afán, cual tambor buscando su huida, el hombre se lanzó desesperado a palpar la tumba de aquellos miembros. Destruyó gran parte de su obra, la misma que se esmeraba por mejorar cada día. No obstante, bajo aquella belleza vegetal no se escondía nada más.

***

Las dos de la mañana hacía minutos que habían muerto cuando despertó acompañado del sudor frío de la pesadilla. Una vez hubo domado su corazón desbocado, se sentó en el borde de la cama con la mirada fija en el suelo. Enfrentarse a la realidad nunca es fácil, pero el ser humano se autoconvence con cada generación de la necesidad de conocer la verdad, aunque ello guíe el gélido puñal hasta el hueco intercostal. Como si de una religión se tratara, la falsa sensación de control que proporciona el creerse en posesión de una certeza manipula al ser humano, erosionando la ilusión y la tranquilidad.

Se puso las zapatillas de andar por casa atrayéndolas con la fuerza de sus pulgares de los pies. Tras calzarse, se levantó e inició su camino con paso dubitativo. Sabía dónde iba, sabía que llegaría, y necesitaba hacerlo para poder recobrar el sueño, pero demoraba el momento, temeroso de no obtener la respuesta deseada.

Descendió los escalones como si los pies de plomo crujieran los peldaños de granito al entrar en contacto.

El helecho que plantó la mañana anterior permanecía impasible ante las ascuas que quemaban el estómago del hombre que se erguía frente a él. El desconocimiento de aquella planta le revolvía la conciencia, por lo que se disculpó con gran pesar segundos antes de arrancarla de un tirón.

Los nervios se habían tragado los miramientos y los había escupido al otro lado de la alambrada. Empezó a escarbar con premura, de nada le servían entonces sus dos mantras. Rápidamente se topó con el primer ojo y, poco después, los otros tres. Cuatro ojos azules como el mar que añoraba desde el viaje familiar de su infancia; ojos azules como los de la chica de la que había estado enamorado antes de ser rechazado; ojos azules como los que no heredó de su madre, quien no supo actuar, impotente, mientras él sufría los nudillos de su padre. Cuatro ojos azules, no faltaba ninguno. Respiró aliviado, estaban todos.

Por fin pudo dormir a pierna suelta y, esa vez, en su sueño, los números cuadraban con la realidad.



Relato incluido en la antología benéfica Historias de Malasaña.

FIRMA del 23/04/21 en DE PAPEL

 


miércoles, 7 de abril de 2021

Duelo al alba

 

Entre las nubes de mi desierto

reaparece Billy El Niño

con el grito cargado.


En el abrevadero,

su rocín descansa a la sombra

de los chistes de la vergüenza.


Él permanece en un plano alejado

y, mientras sus fotografías se difuminan

en un asfixiante humo gris,

la rabia revienta el espejo.

Al quebrarse, éste se multiplica,

despliego la bandera blanca,

retiro mis tropas.


Tras el portazo, la misma pregunta de siempre

sacude mi razonamiento:

¿Qué se refleja

si enfrentas dos espejos?

Lo de Carmen no me mola

 Es posible que en las últimas semanas hayas estado de viaje con el móvil en modo avión (lo recomiendo). Quizá seas una persona huraña que a...