lunes, 22 de febrero de 2021

Martes 17

 9:36

Acabo de llegar a la consulta, otra vez tarde. No lo he podido evitar, estoy seguro que me seguían. Ya no puedo asegurar nada en un alto grado de probabilidad. Los pasos tras de mí los sentía en la nuca, puedo prometer que los escuchaba a cada segundo más cerca. Si ha sido una alucinación de tantas, mi mente es más poderosa de lo que creía. Casi podía palpar la sombra que me perseguía. Ojalá me haya perdido la pista. Aquí por lo menos estoy a salvo. Aún sigo agitado, me tiembla el pulso dificultándome la escritura. Voy a parar unos minutos hasta tranquilizarme.


9:50

Retomo el diario que me aconsejó el terapeuta para analizar hasta qué punto alcanza mi trastorno paranoide. Espero que no me hayan llamado sin que yo hubiera llegado. Cuando he salido de casa a las nueve, el sol no se había desperezado aún y las nubes copaban el techo del mundo. A pesar de ello, no se esperan lluvias, nuestro clima es demasiado seco. Todo parecía normal. Insisto, parecía. Me ha puesto en alerta el hecho de no haber visto ningún pájaro. Quizá sea una señal, siempre son los primeros en huir del peligro. Tienen un sexto sentido para ello. A veces pienso que tengo también esa capacidad, como la mutación de aquel niño asiático con los ojos de gato. Hay un diminuto porcentaje de casos raros que lo sacan de la imposibilidad. Tengo la sospecha de que ese es el motivo por el cual soy el blanco de la persecución. Después de coger tres buses para complicarle la tarea a quien me siguiera el rastro, he desembocado en mi destino. Ahora, un hombre que tengo enfrente me mira intermitentemente. Pararé de escribir hasta que pare, así no sospecha que mi texto habla de él.


10:06

Hace unos instantes se ha abierto la puerta de la consulta levemente dejándola entornada. No lo suficiente como para poder ver lo que hay dentro. Tampoco me he esforzado excesivamente en ello. Se ha creado una cierta expectativa en torno al deseo de ser el afortunado del turno. Tras largos segundos de incógnita, una voz muy grave y desconocida ha llamado a consulta a otra persona que se encontraba a mi izquierda sin que saliera previamente nadie. Se ha podido oír como gente resoplaba con desesperación. Esta habitación nunca había estado tan repleta. A mí me ha asustado la voz masculina del interior de la consulta. No es la de mi terapeuta, cuyo tono es un poco más aflautado. ¿Lo estarán sustituyendo porque ha enfermado? ¿Habrán usurpado su identidad para darme caza? ¿Sería todo una situación ideada por el especialista para tratarlo con una lógica que mi mente no dilucidaba? Mi corazón resuena dentro de mi caja torácica.


10:15

Una mujer y un hombre estaban cuchicheando en privado pero sin esconderse antes de preguntarme:

― Perdone, ¿a qué hora tiene su cita?

― Pues tenía a las nueve y media pero he llegado tarde. No sé si me ha llamado y no estaba.

― Es raro. Nosotros también teníamos a esa hora y hemos llegado a y cuarto, prácticamente a la vez. Minuto arriba, minuto abajo.

― Un momento, yo también tenía a las nueve y media – ha irrumpido otro hombre.

Ésta ha sido la escueta conversación que ha dado pie al revuelo que se ha formado. Esto no me gusta nada.

― A lo mejor para hoy han planeado una terapia en grupo – ha dicho el hombre que lo ha iniciado todo.

Esa hipótesis no tiene sentido, porque de ser así: ¿por qué van llamando de uno en uno? Hay formada una caótica algarabía a múltiples bandas que no atino a comprender. El escándalo me abruma, me desborda la atención.


10:30

La conversación principal se ha ido diluyendo y ahora se habla en pequeños grupos sobre temas banales o temas personales. Parece que al ambiente de un bar le hayan bajado el volumen con la rueda de la radio del coche. Yo me mantengo en mi sitio. No voy a bajar la guardia, mi supervivencia puede depender de una guerra de resistencia. Me aíslo para protegerme.


10:41

La sangre ha huido de mi cuerpo y yo me congelo en mi asiento. Como la estatua de hielo en un cocktail, una gota de sudor frío recorre mi espinazo, lentamente, recreándose en cada vértebra. Hace dos minutos, un hombre, cansado de esperar, se ha levantado soltando rayos por la boca con intención de salir y dirigirse al trabajo, según ha vociferado. Sin embargo, al intentar girar el pomo de la puerta de salida, se ha dado cuenta que estamos encerrados con llave. Como un energúmeno la ha golpeado para después cruzar la habitación y probar suerte en la puerta de la consulta del psicólogo. Bloqueada. En este momento no cesa de tocar con los nudillos, nadie le contesta. Me he fijado en que no hay ventanas. Tengo náuseas trepando por mi garganta, alargando sus garras hasta la campanilla. Haré un esfuerzo para no vomitar. No debo llamar la atención.


10:59

Me despido, ojalá que por poco tiempo. Después de un silencio incómodo de diez minutos vestidos de años, la puerta de la consulta se ha abierto. El hombre que había entrado hace tiempo no ha salido. La voz grave me ha llamado a mí esta vez. Estoy dudando, pero voy a entrar. ¿Qué otra opción me queda? Voy a dejar la libreta en la misma silla donde ahora estoy sentado. Si no continúo este diario en las horas venideras será que mi trastorno no era tal y mis sospechas no eran infundadas; o que esta poco probable terapia de shock ha funcionado y he vencido a mis sombras. Seas quien seas, si estás leyendo esto, lamento decirte que correrás la misma suerte que yo.

¡Mucha suerte!


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